lunes, mayo 05, 2014

Los ogros desvelados*





La política es el arte de la convivencia, no el arte de cambiar al hombre”. Octavio Paz (México, 31 de marzo de 1914-19 de abril de 1998).

Es un viejo libro, curtido por el tiempo y la lectura. Descansa en una estantería del pasillo, escoltado por otros volúmenes, en el hogar donde ya sólo queda el padre. Se trata de un ejemplar de portada blanca y páginas llenas de anotaciones y frases subrayadas. La edición de 1981 de ‘El ogro filantrópico’, de Octavio Paz (Ciudad de México, 1914-1998), se rescatará del polvo y del olvido, siempre que la actualidad merezca pausa y reflexión. El hijo lo encontró en plena adolescencia, cuando su realidad era la lucha entre la izquierda y el abismo. “¿Es progresista?”, preguntó al padre, buscando una justificación, o un aviso. “No exactamente, pero es un intelectual fino”, fue la respuesta. En portada, la amenazante figura de ‘El coloso’, de Goya -o, acaso, de Asensio Juliá, que hasta ahí se extiende la polémica-, se opone a la vulnerable huida de los hombres. El monstruo, ser excesivo, como metáfora del peso del estado, verdadero antagonista del escritor mexicano y enemigo de la libertad. 

Evocar hoy la lectura de ‘El ogro filantrópico’, en plena celebración del centenario de Octavio Paz, es, sobre todo, un ejercicio de melancolía. La memoria vuelve a las noches en familia, a las veladas lectoras de padre, madre e hijo, cuando todo estaba aún por demostrarse y la vida era promesa sin concreción. A los primeros ejercicios literarios del hijo, torpes y sentimentales, al despertar del “sueño dogmático”. Eso es, precisamente, ‘El ogro…’: una  colección de ensayos, una aproximación libre al hecho político. En definitiva, la mirada crítica de un poeta a la actualidad de los años 70 del siglo pasado. La escritura de Paz pretende abarcarlo todo: México, América Latina, la Unión Soviética…Su tesis: la defensa del intelectual como figura al margen del poder, siempre crítica frente a cualquier reducción, a cualquier militancia. “La ‘literatura comprometida’ -pienso, sobre todo, en el mal llamado ‘realismo socialista’- al ponerse al servicio de partidos y estados ideológicos, ha oscilado continuamente entre dos extremos igualmente nefastos: el maniqueísmo del propagandista y el servilismo del funcionario. (…) No ha servido para liberar, sino para difundir el nuevo conformismo que ha cubierto el planeta de monumentos a la revolución y de campos de trabajo forzado”, dice el premio Nobel en su prólogo, titulado ‘Propósito’, para, a continuación, añadir varias perlas: “El arte rebelde del siglo XX no ha sido el arte oficialmente ‘revolucionario’, sino el arte libre y marginal de aquellos que no han querido demostrar sino mostrar”. Sigue: “La literatura política es lo contrario de la literatura al servicio de una causa. Brota casi siempre del libre examen de las realidades políticas de una sociedad y de una época: el poder y sus mecanismos de dominación, las clases y los intereses, los grupos y los jefes, las ideas y las creencias”. 

Para Octavio Paz, “la gran realidad del siglo XX es el estado. Su sombra cubre todo el planeta. Si un fantasma recorre al mundo, ese fantasma no es el del comunismo, sino el de la nueva clase universal: la burocracia”. Contra ella (y a pesar de ella) debe desarrollarse la labor intelectual. Los escritores tienen la obligación de situarse más allá del poder para no verse arrastrados por la comodidad acrítica o la queja dogmática. En el centro de su interés, siempre México: su tradición y su presente. El dominio del Partido Revolucionario Institucional y la especificidad de un país cuyo origen, bajo la influencia española y clerical, se mantuvo alejado de la novedad histórica. “México nace contra el mundo moderno”, señala Paz. Y añade: “Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo demás”. 

En el intento de alcanzar el tren de los tiempos, México se deja jirones de su propio ser, paralizado por el ‘gran otro’ que representa Estados Unidos. Esa preocupación por la identidad lleva a Paz a escribir ‘El laberinto de la soledad’, uno de sus ensayos imprescindibles, redactado en París a finales de los años 40. “Quise responder a la pregunta: ¿por qué somos como somos?”, explicó más tarde. En ‘El ogro filantrópico’, el autor actualiza su visión del país, dramáticamente marcado por la masacre de estudiantes en Tlatelolco en 1968, que provocó su dimisión como embajador en India. El impacto histórico de este acontecimiento obliga a México a replantearse la lealtad a sus instituciones, entre ellas, la “unanimidad” que representa el PRI en su imaginario político.

La conversación
La obra ensayística de Octavio Paz es, sobre todo, una conversación y una advertencia. La izquierda intelectual aparece en sus artículos como única interlocutora válida, en su tenaz reivindicación de la democracia formal, la libertad y el estado de derecho, conceptos a menudo obviados por los análisis progresistas, impulsores de la revolución frente a las reformas en un continente que sufre la plaga de las dictaduras militares y la desigualdad económica y social. En su larga entrevista con Braulio Peralta, Paz resalta su compromiso: “Vengo del pensamiento llamado de izquierda. Fue algo muy importante en mi formación. No sé ahora… lo único que sé es que mi diálogo -a veces mi discusión- es con ellos. No tengo mucho que hablar con los otros”.  

‘El ogro filantrópico’ reúne trabajos publicados por Octavio Paz en ‘Plural’ y ‘Vuelta’, dos revistas culturales de carácter liberal fundadas bajo la inspiración del escritor. Asimismo, recoge textos enviados a otras publicaciones latinoamericanas, con los que quiso participar en el debate intelectual de su tiempo. Los artículos ‘Los campos de concentración soviéticos’ y ‘Las ‘confesiones’ de Heberto Padilla’ son claros ejemplos de su actitud combativa. En el primero denuncia el silencio de la izquierda ante la evidencia criminal del Gulag. En el segundo defiende la independencia del intelectual frente al poder, a través del caso del poeta cubano, obligado por el régimen de Castro a autoacusarse, en una dramática y televisada comparecencia pública, de “actividades contrarrevolucionarias”.   


La confrontación ideológica y, consecuentemente, artística, que lleva a Paz a distanciarse de manera radical de la izquierda revolucionaria se inicia pronto. Son tres los episodios clave en el divorcio: los Procesos de Moscú (1936-38), el Pacto Germano-Soviético de 1939 y el asesinato de León Trotski en 1940. La brecha que se abre entonces entre la teoría y la práctica comunista acaba por desencantar al por entonces joven escritor mexicano. Paz abandona el periódico izquierdista ‘El Popular’ y rompe su amistad con Pablo Neruda. “Me quedé muy solo”, comentó. Poco antes, había participado en el Congreso de Intelectuales Antifascistas, celebrado en Valencia en 1937, en plena Guerra Civil española. 

Pese a que la posterior trayectoria ensayística de Octavio Paz ocasionó frecuentes revuelos entre el progresismo oficial -no faltaron las acusaciones de reaccionario y filofascista-, sus convicciones nunca se alejaron completamente de la izquierda democrática. El escritor mexicano Jorge Volpi lo recordaba en un artículo reciente: “En el fondo, Paz siguió siendo un socialista: un socialista democrático que sólo a regañadientes era liberal en términos económicos”. Esa actitud se refleja también en ‘El ogro filantrópico’: “El socialismo es quizá la única salida racional a la crisis de Occidente -dice-. Pero, por una parte, me niego a confundir al socialismo con las ideocracias que gobiernan en su nombre en la URSS y en otros países. Por otra parte, pienso que el socialismo verdadero es inseparable de las libertades individuales, del pluralismo democrático y del respeto a las minorías y a los disidentes”. 

La libertad
Es, sin embargo, en el artículo titulado ‘Los propietarios de la verdad’ -en el que Paz destaca el paralelismo ideológico de dos ortodoxias históricas: el cristianismo y el marxismo-, donde el poeta expone una defensa sin fisuras de la libertad frente a las soluciones totalitarias: “La libertad no es ni una filosofía ni una teoría del mundo; la libertad es una posibilidad que se actualiza cada vez que un hombre dice No al poder, cada vez que unos obreros se declaran en huelga, cada vez que un hombre denuncia una injusticia. Pero la libertad no se define: se ejerce. (…) La libertad no es la justicia ni la fraternidad, sino la posibilidad de realizarlas aquí y ahora. (…) La unión entre democracia y libertad ha sido el gran logro de las sociedades modernas desde hace dos siglos. (…) Su unión produce la democracia: la vida civilizada”. 

Esa pasión por la libertad la traduce Paz durante las décadas siguientes en un insistente anticomunismo que le lleva a saludar con euforia la elección de Ronald Reagan como presidente de Estados Unidos, así como la labor ‘liberalizante’ de otros mandatarios internacionales, Felipe González incluido. Sin embargo, esa opción postestatista no lo convierte en un defensor a ultranza del liberalismo económico. Es más, Paz no pierde ocasión de criticar la mercantilización que impone la vida moderna. En un coloquio televisivo, señala su desacuerdo con las sociedades occidentales “encadenadas al culto del éxito, del dinero, movilizadas por la propaganda, por el consumo… En el campo de la literatura, la concepción meramente productivista y mercantil se sobrepone a la verdadera creación”.  

No obstante, el premio Nobel debe enfrentarse a la habitual suspicacia que despierta su compromiso intelectual entre sus adversarios. ¿Por qué mirar tan lejos -el Gulag y Europa del este- y obviar lo cercano, las dictaduras militares que cubren América Latina de cadáveres y tiranías criminales? Aunque Paz niega la mayor y opone a esta visión reduccionista los artículos y reportajes publicados en su revista ‘Plural’ sobre Argentina, Chile o la política internacional de Estados Unidos, va más allá. Advierte que, si bien la inmensa mayoría de los intelectuales ve a los gobiernos chileno o argentino como estructuras homicidas, no sucede lo mismo con los estados satélite de la Unión Soviética. Esa circunstancia supone para Octavio Paz un problema ideológico de primer orden y considera su deber combatir la indulgencia de la izquierda hacia el ‘socialismo real’.  

“Como escritor –afirma- mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Contra el poder y sus abusos, contra la seducción de la autoridad, contra la fascinación de la ortodoxia”. Su postura le lleva a desconfiar de los compromisos militantes. “Las soluciones totales fascinaron a los intelectuales”, dice. No es su caso, si bien en sus últimos años insiste en la defensa de los valores pluralistas y democráticos, moderando su crítica al papel hegemónico del PRI en la política mexicana. Consideró necesario, entonces, apoyar la democratización desde dentro del propio sistema, sin prestarse a ninguna aventura rupturista y sin integrarse en los órganos del poder. De ahí el ‘mal trago’ que le hizo pasar su amigo Mario Vargas Llosa, cuando éste aseguró en un programa de televisión que México era “la dictadura perfecta”. Paz exigió al peruano, en ese momento, precisión conceptual. “Se trata de un sistema hegemónico de dominación”, matizó. 


Cuatro años antes de su muerte, tiene lugar el alzamiento zapatista en Chiapas. Lo condena el anciano escritor, como una “recaída” en el pensamiento revolucionario ortodoxo, pero evita pronunciarse con dureza. Comprende el descontento indígena y procura estimular cauces de diálogo entre el estado y los miembros del EZLN. Es el último Paz, preocupado por el futuro del mundo, que reclama una recuperación de las tradiciones socialista y liberal para afrontar con garantías los desafíos del nuevo milenio. 

La postura
En la actualidad, sumergido Occidente en una nueva crisis económica, institucional e, incluso, moral, resulta difícil sumarse a la opción que propone Octavio Paz en sus escritos políticos. No parece ser tiempo para la moderación y la prudencia. Quizás, desde la época de entreguerras en el siglo XX, nunca el pensamiento democrático y pluralista ha estado tan en entredicho entre la inteligencia europea. En este sentido, el caso español es paradigmático. Cualquier discurso que proponga una reforma profunda en la estructura representativa del estado está condenado a recibir duros ataques cargados de cinismo. El ambiente, enrarecido, parece más proclive al triunfo de las tesis revolucionarias, que al estudio pausado de los males que aquejan al país. Pero, ¿es realmente posible escapar de la avalancha radical?, ¿puede un hombre o una mujer en paro, amenazados por la pobreza y las preocupaciones meramente alimenticias, hallar luz en las propuestas del escritor mexicano? La respuesta la da el mismo Paz: “Mis escritos políticos están fechados y no están destinados a durar. Yo no soy un pensador político: soy un hombre con ciertas ideas políticas y con algunas opiniones. No ofrezco a mis contemporáneos un sistema o una filosofía. Mis opiniones son circunstanciales y, en cierto modo, pragmáticas. Son el resultado del ejercicio de mi libertad como ciudadano”. 

Es tentador, sin embargo, establecer un paralelismo entre aquéllos que, durante el siglo XX, obviaron los valores universales en su búsqueda de un ‘bien mayor’ totalitario y los que hoy responden con una mueca de desprecio a la simple mención de conceptos como libertad, pluralismo y estado de derecho. A un lado y a otro del espectro político, se suceden las descalificaciones, los insultos. El clima se envilece. 

Precisamente, es ahí donde la aportación ensayística de Octavio Paz alcanza su verdadera importancia. Contraponiendo su posición a la de Jean Paul Sartre, el autor de ‘El ogro filantrópico’ no deja lugar a dudas: “Hay quien piensa que los valores son relativos y hay quien piensa que, en cierto modo, son absolutos. Yo, aunque soy muy desconfiado al hablar de absolutos, sí creo que en la moral del hombre no es imposible distinguir el bien y el mal. La postura de Sartre me pareció repulsiva. Quiso fundar una moral sobre la relatividad de la historia. Yo no lo creo. En nuestro siglo se han producido grandes crímenes históricos: nazismo, estalinismo, la bomba atómica sobre Japón… Esto no se puede justificar sobre valores relativos”. 

El mundo de las letras celebra el centenario de Paz en un tiempo en el que los ogros parecen haber recuperado su hambre y agresividad. Embebidos de geoestrategia, campan a sus anchas sin que ninguna razón democrática tenga fuerza para detenerlos. Es Ucrania y es Venezuela. Rusia y Estados Unidos. Y es España. El premio Nobel, el poeta, que trató de descorrer el velo de los totalitarismos, no pudo anticiparse al nihilismo contemporáneo. Las grandes potencias se enfrentan sin ideas que las justifiquen. ¿Quién le pondrá nombre, esta vez, al enemigo?    

* Artículo publicado en la Revista Dartes (http://www.revistadartes.com/).

                                                                                                                            

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