jueves, mayo 29, 2014

La verdad





La célebre frase de Agustín de Foxá: “Los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote”. Inexacta y confusa. Al contrario, el problema del país estriba en su eterna búsqueda del consenso, que es, tras el mutis de Dios, una forma desacralizada de ser cura. Todos quieren, en fin, colocarse el alzacuellos. No me atrevo a realizar aquí un análisis -que no iría más allá de la mera especulación- de la identidad patria y de las causas que han convertido la libertad de expresión en los arrabales de la lucha partidaria. Pero, hay algo incontestable: España agoniza persiguiendo la ortodoxia. La verdad, como sucede siempre, se encanalla en las fortalezas mediáticas y se mastica despacio por los opinantes oficiales. Eso sí, pese a su fragilidad (hoy una y mañana otra), es monoteísta y, mientras está en lo más alto, no deja espacio a la pluralidad. Esta semana le ha tocado al profesor de Ciencias Políticas Pablo Iglesias y a su proyecto electoral, ‘Podemos’. Su extraordinaria irrupción, el pasado domingo, en el panorama político nacional (su candidatura obtuvo cinco escaños en las elecciones al Parlamento Europeo) ha golpeado los cimientos del sistema, que ya no sabe si reír o levantar el puño. 

Sigo la trayectoria de Pablo Iglesias desde los tiempos más primitivos de la Tuerka, cuando se emitía en Tele K (¿o era Canal 33?) y era una tertulia artesanal, imperfecta y cargada de presuntuosa gravedad. Ahí conocí a los Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Ramón Cotarelo, Alberto Pradilla, Miguel Urban y Tania Sánchez Melero. Y a sus entusiastas adversarios: Fernándo Díaz Villanueva y Rubén Herrero de Castro, aunque éstos llegaron posteriormente. Debo admitir que me ganaron desde el principio. He sentido siempre gran curiosidad por los fenómenos sectarios y Pablo Iglesias me brindaba semanalmente una dosis de fe realmente pura. No se privaban de nada: llamaban “facha” a Maruhenda (“¿Cuántas matrículas de honor tienes”?), a los de Intereconomía, a Esperanza Aguirre… ¡hasta a Fernando Savater!; elogiaban a las CUP, a Chávez (impagable el programa homenaje que le dedicaron apenas unos días después de su muerte) y a los piquetes; criticaban la Transición, hablaban del rey y de la guillotina... Que sí, que era todo verdad. Quienes nos aburríamos con la labor comunicadora de Ignacio Escolar o Iñaki Gabilondo encontrábamos, al fin, una izquierda radical, desvergonzada, instruida y elocuente. Daba gusto, en serio. 

El asunto se refinó un poco cuando Iglesias comenzó a presentar Fort Apache (Hispan TV), un programa de debate con espíritu cien por cien Tuerka, pero cuidadosamente editado. Más tarde, gracias a la mediación de Díaz Villanueva (director de Negocios.com), el joven profesor debutó en Intereconomía, en un ya legendario coloquio con Vidal Quadras y Federico Jiménez Losantos. Fue la primera experiencia, de muchas, en territorio enemigo. Desde entonces, se le ha visto en 13TV, la Sexta y Cuatro. Eso sí, haciendo uso de un lenguaje más cauto, centrando en repetir consignas como “patriotismo” o “sentido común”, especialmente diseñado para no escandalizar y para batir con facilidad a los portavoces de la derecha mediática. Los Morodo, Rojo, Maruhenda (siempre él), Inda, etc, besaban la lona, incapaces de oponer una idea que no fuera simple descalificación ante la inteligente presencia del madrileño. Los socialistas, por su parte, se contentaban con subirse al carro de la crítica radical, pero sin mucho convencimiento, con la boca pequeña y el zurrón lleno de mala conciencia.

Poco a poco, el mensaje de Iglesias, aupado mediáticamente con la ayuda de camaradas como Jesús Cintora, fue imponiendo una verdad en el debate político español. Los ecos del 15M, Gamonal, las mareas ciudadanas…Todo se condensaba en su discurso con indiscutible coherencia. Luego vino ‘Podemos’. Y ya sabemos su resultado: la confirmación de una alternativa de izquierda radical (camuflada, en ocasiones, con la pretendida transversalidad que se le achacaba a UPyD o Ciudadanos), lista para levantar dolores de cabeza a los defensores del sistema y a sus críticos indefinidos. 

Varios días después de las elecciones, ‘Podemos’ es la verdad política española. Pese a no haber ganado los comicios (ni de lejos), su posición es asumida con indignación o timidez, pero siempre a la defensiva, por el resto de partidos. El “derrumbamiento del régimen del 78”, como llaman a su nuevo amanecer, es un documento a la espera de firma. Pero, como toda pretendida verdad, ‘Podemos’ es, también, un espejismo. Sin duda, su existencia es útil para ciertas posturas políticas, pero insiste en la tradicional lacra española: el pensamiento único, la ausencia de crítica en los análisis que, no sé sabe muy bien por qué, convierten en dogma cualquier iniciativa contraria al poder. Un ejemplo: pese a sus teóricamente buenos resultados, los partidos de Rosa Díez y Albert Rivera han perdido su etiqueta de ‘tercera opción’ y a IU se le ha quedado, directamente, cara de tonto. 

En este sentido, cualquier opinión disidente sobre ‘Podemos’ y su líder (la horizontalidad es otro de sus mitos) se convierte de manera automática en un ataque fascista ‘pro Casta’. Decir, por ejemplo, que sus portavoces apoyan a regímenes con vocación totalitaria se considera un insulto, cuando no hay más que disfrutar de los vídeos de Monedero (exasesor de la Venezuela Bolivariana y duro combatiente contra la disidencia cubana) o del propio Iglesias (“con Chávez se ha ido uno de los nuestros”). Su postura profundamente estatalista se maquilla a través de eslóganes: “queremos democratizar los medios de comunicación y la economía” (véanse, a este respecto, las intervenciones de Víctor Sampedro). Por no hablar de su decidido abrazo con la izquierda independentista vasca (Pablo en la ‘herriko taberna’, otro suculento vídeo). En fin, que hay flancos más que débiles en la estructura ética y política de ‘Podemos’, que no pueden mentarse sin acabar convertido en un enemigo del pueblo. 

Otro líder de pelo largo dijo aquello de “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. También entonces hubo oposición (tachada de satánica, del arameo ha-shatán, enemigo). Ya sabemos cuál fue el tratamiento que dio Occidente a sus críticos. La sociedad abierta, en resumen, debe elaborar mecanismos de defensa para que los discursos políticos no alcancen categoría de dogma. La discusión es, una vez más, necesaria. Y en esa discusión habrá demagogia, ataques interesados (¿dónde no los hay?) y salidas de tono. Pero siempre será mejor que el silencio cómplice, al que estamos aquí tan tristemente acostumbrados.

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