sábado, diciembre 27, 2014

Socialistas





A partir del 15M, esa gran eucaristía madrileña, se activó en España un discurso, en principio marginal que, poco a poco, ha ido conquistando los corazones patrios. La cosa empezó en la Puerta del Sol con aquello del “No nos representan”. Éramos más jóvenes y más felices. La tienda de campaña dio paso a Mariano Rajoy y, claro, los acontecimientos se precipitaron. El siguiente movimiento no exigía demasiado esfuerzo. Este país, que carece de cultura democrática -y ha sustituido el dogma que llega del púlpito por el eslogan que se grita en el mitin y se reproduce en Twitter-, es permeable a cualquier cosa, con tal de que suponga ortodoxia secular en estado de gran pureza. Lo importante es no pensar, no matizar. La facilidad, en definitiva. Pronto, convencieron al personal de que la derecha en España no representa “otra opción ideológica”, sino el mal absoluto, y de que el Partido Popular no es un grupo organizado de incompetentes, sino una mafia travestida de fuerza política.

Una vez que la crispación callejera alcanzó sus últimos objetivos mediáticos, la intensidad rebelde cristalizó en un nuevo partido político. Desde entonces, ya sólo quedaba el PSOE como enemigo a batir. Al ser un partido socialdemócrata, que se alimenta de cierta demagogia obrerista, desdibujada por la necesidad de atraer a las clases medias ‘progres’ -es decir, útil-, encajó mal el golpe. Su decisión de jugar la carta radical le ha salido rana. Hubo un momento en el que resultaba difícil distinguir a los revolucionarios de los de Ferraz. En las redes sociales, compartían las mismas fotos, el mismo desprecio por el neoliberalismo voraz. El mismo odio a Dolores de Cospedal.  

Pero, ¡ah amigo!, la siguiente fase no ha sido en absoluto agradable. Los radicales necesitan ahora pescar en el caladero del PSOE. Les sobran el puño y la rosa. Hoy, curiosamente, los socialistas lloran por las esquinas la “injusta” comparación que los comisarios políticos de nuevo cuño establecen entre ellos y la terrible derecha. “No somos lo mismo”, replican. Lamentablemente, como en el poema del pastor luterano Martin Niemöller (equivocadamente atribuido a Brecht), “ya no queda nadie que pueda protestar”.

Lo cual no deja de ser curioso.           

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