sábado, febrero 27, 2016

La mitad*



Los problemas llegan en razia feroz, como la marabunta. Bajo su amenaza, la utopía es síntoma de la debilidad de los cuerpos y de los ánimos. Brota sin mácula y juega con todo a favor; su explosión es justificada, nadie puede discutir su lógica. Pero, eso sí, la utopía no es una solución, ni siquiera se aproxima al oficio. Es otra cosa. Con su resurrección, vuelve lo colectivo, aquello que la bonanza aparta no siempre con mala conciencia. Ese “nosotros” del que se abusa y que se proclama sin medida. Ese plural que, sin embargo, es previo a todo movimiento, a toda alternativa, y que se impone sutilmente como la consecuencia de un proceso inevitable. Los rostros se desdibujan en la utopía, las voces se apagan. Y aparece el coro, capaz de asumir la representación emocional del pueblo, su querencia política. Es una ilusión, pero muy eficaz. Es también un exceso. 
  
El impacto de la utopía es incuestionable. Modifica todo lo que toca; invade la prensa, el humor, la literatura y el arte. Elimina o corrompe palabras como libertad o cultura. En su lugar, se enarbolan la lucha asamblearia, la mano invisible, las clases sociales. El pensamiento independiente se rechaza como una enfermedad infantil. La utopía no es un programa de gobierno, sino un clima que estimula a la masa al tiempo que ahoga cualquier disidencia.

El individuo la ve acercarse como un alud, sin diferenciar los copos que la forman. La utopía no soporta el análisis, las propuestas templadas. Para que su existencia pueda prolongarse, dirige su acción contra el enemigo deshumanizado. Poco puede hacer éste para salir indemne del envite. Como dice Elias Canetti, “se interpreta todo como si arrancase de una inconmovible malignidad, de una mala disposición con la masa, de una intención preconcebida de destruirla abierta o solapadamente”.


La cotidianidad es un rival prioritario; el tedio que acepta el presente. Por eso, deben invadirse todos los espacios y se cierran todas las salidas. Y uno se avergüenza de no comulgar y teme integrarse fatalmente en esa mitad de la población que le sobra a la utopía.  

*Columna publicada el 26 de febrero de 2016 en El Diario Montañés.     

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