viernes, noviembre 18, 2016

Herederos*



Yo quería escribir una columna titulada ‘Herederos’. Se trataba de hablar del último PSOE, de su naufragio continuado desde hace más de veinte años. La idea general del texto que ya no va a ser: de Felipe a Pedro, pasando por José Luis; ese descenso ideológico, esa derrota. Los herederos del título, por supuesto, serían aquéllos que se aprovechan de la potencia de unas siglas cargadas de historia y compromiso, echando mano de Tony Blair o de Philip Pettit según pega el aire -o criticando el populismo para desdecirse cuando cambian las tornas y las lealtades-. Pero, ¿y qué?

El pasado martes, exactamente a las nueve y media de la noche, el frío nebuloso que penetró en Santander, como un signo poco esperanzador del próximo invierno, nos sorprendió en la parada del autobús de la calle San Fernando. Yo sólo podía pensar en prepararme un ‘sopinstant’ mientras consultaba, una y otra vez, el panel de próximas llegadas. En ese preciso instante, en Estados Unidos, Donald Trump engordaba su bolsa de votos junto a la discreta Melania, imaginamos que a chillidos de magnate satisfecho frente a un vaso de whisky caro. Leonard Cohen, según hemos podido saber después, ya estaba muerto.

Sin duda, el karma se había resquebrajado, mientras yo le daba vueltas a una columna que debía incluir a Borrell y aludir al entramado accidentalista de Ferraz. Qué tristeza de la institución perdida, qué absurdo el enfangarse en otra vuelta de tuerca a la brega española cuando el mundo se constipa.

El “faro de la sociedad abierta”, “la tierra de las oportunidades”, ha claudicado prematuramente ante el empuje tribal de la vieja Europa. La toxicidad autoritaria amenaza con extenderse por el planeta, ridiculizando los programas necesariamente descafeinados del consenso liberal y socialdemócrata. Algunos, temerosos de verse relacionados con la contundencia del nuevo Comandante en Jefe, oponen un populismo bueno, el suyo, dando por finiquitado “el sistema”.  Vienen curvas, no lo duden.

La victoria de Trump parece disolvente y peligrosa, pero no por lo que vaya a hacer a partir de ahora; eso es mera administración, supervivencia sorbo a sorbo. Lo importante es que un discurso de esas características, centrado en estimular las pasiones más bajas y directas, es la nueva piedra de toque de la política occidental.


Esta es nuestra herencia. Las interpretaciones apenas pueden confortar al observador bienintencionado. En política, es difícil lograr la adhesión unánime. ¿Fue González un buen presidente? ¿Qué me dicen de Aznar? El paraíso de la gestión es discutible. Eso sí, el infierno es siempre inmediato, definitivo. El mal puede irrumpir de pronto y descomponer toda buena empresa. Nos encontramos, dicen, ante un choque entre las “costumbres del viejo país” (de todos los países) y las últimas ocurrencias de las costas, empapado todo ello en altas dosis de irresponsabilidad. A estas alturas, hablar del PSOE es observar la diana cuando ya han tensado el arco.   

*Columna publicada el 17 de noviembre de 2016 en El Diario Montañés

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