martes, enero 17, 2017

Portales*



Parece mentira lo mucho que duran las cosas sin nosotros; la parsimonia con la que el tiempo desgasta los objetos que acompañan o los espacios que nos dan cobijo y su rápida exigencia, sin embargo, hacia todas las carnes. Entristece comprobar cómo el brillo o la utilidad no terminan con la muerte, sino que continúan, aún en perfecto estado, consumando su plan con idéntica devoción. No se trata sólo de los libros que sobreviven a su dueño en la quietud de la estantería abandonada o de las gafas que permanecen en su estuche muchos años después; hablamos también de la calle y sus rincones, del escenario para la familia, tomado hoy por otras familias que forjan su memoria con los recuerdos de una infancia nueva, llenándola de aperitivos con los abuelos.    

Las fechas navideñas inspiran este paseo por los lugares de siempre, modificados, acaso, por un alcalde o por un supuesto emprendedor. Los pasos se detienen, a menudo, frente a un portal conocido y uno se asoma a ese interior muchas veces visto y últimamente olvidado junto con tantas otras cosas: las escaleras casi horteras en su falso mármol, los buzones que aprovechan un hueco demasiado estrecho y, a un lado, ese ascensor moderno que desentona, pero que no ha fallado nunca.  

Todo se mantiene intacto, capaz todavía de ofrecer un servicio a las personas que se suceden en el uso. La actividad renovada es lo que asombra al adulto que, no obstante, preferiría contemplar el pasado como quien rescata fragmentos o desempolva ruinas. Resulta complicado aceptar que el calendario no afecta al mundo como nos afecta a nosotros; que no lo destruye tan rápidamente ni sustituye de una manera tan descarada los espacios propuestos.


La visión de un niño que, de la mano de sus padres, pasa por delante de un portal querido, en la calle Lealtad, evoca, así, otra escena semejante: la del niño que sonríe en una vieja fotografía, sobre una bicicleta en esa misma acera. La herencia que dejamos a los desconocidos es, sin duda, una pérdida, pero, quizás, valga la pena verlo de otro modo.    

* Columna publicada el 12 de enero de 2017 en El Diario Montañés. 

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