miércoles, febrero 19, 2020

La muerte de un hombre feliz*



Tiene algo de broma pesada, de zarandeo y abuso de confianza. ¿Cómo esperarla y cómo defenderse de su irrupción oscura? La muerte acecha en cada tramo de la vida, como un final que se adelanta a veces por una mala pisada propia o de otros. Mejor dejarlo todo atado, pero no basta con eso.

Como tampoco basta con hollar la cumbre, el éxito profesional, la supervivencia del jornal mantenido en el tiempo. Nos hemos acostumbrado, quizás, a que los años que vivimos se esfumen en un avanzar urgente; en metas volantes que encaramos dándole mucho más fuerte al pedal. Creemos que el destino nos será propicio siempre al otro lado.

El fallecimiento de David Gistau ha provocado el elogio unánime a su figura por parte de la profesión y de los políticos: “el mejor de su generación”, “enormemente culto e independiente”. Esto pesa, claro. Pero hay más. Es posible que su entorno estuviera preparado para el desenlace, que el duelo llevase ya tiempo instalado. Porque la muerte de Gistau, un poco más al fondo de la tristeza, encuentra en la voz de sus amigos una respuesta de gratitud en la amistad pura. Los obituarios se llenan de emoción y recuerdos del calor perdido; de rabia por el hombre malogrado demasiado joven.

Por el escritor y el periodista, claro, pero también por el padre que temía faltar pronto en casa, por el camarada de tantas noches de cenas, películas y combates de boxeo. Lo que hoy se dice de David Gistau nos convence, a quienes no lo conocimos, de que era un hombre feliz, satisfecho con su vocación y con su mundo de gustos compartidos, que son los que realmente importan.

* Columna publicada el 19 de Febrero de 2020 en El Diario Montañés

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