jueves, marzo 19, 2020

Delibes y los nombres*



El centenario de Miguel Delibes, como las muertes de José Jiménez Lozano y de Ernesto Cardenal, nos alcanza en un tiempo nada propicio para las conversaciones del espíritu. Delibes cumpliría cien años en plena globalización de economías y costumbres; en un presente señalado por la extrema dependencia planetaria y por un virus vengador. No sé qué pensaría el escritor de todo este jaleo tan ajeno a su cotidianidad.

Delibes nació hace un siglo pero murió en 2010. Ya se habían instalado entonces los cimientos de este tinglado de propaganda y dólares cuya voluntad única pasa por reprogramar la humanidad en un sentido, a la vez, emprendedor y militante. Delibes, por el contrario, era la palabra que brota de la tierra compartida, del trabajo y su humildad. Y también de una preocupación por sus gentes.

Suya es, por ejemplo, la experiencia de Daniel, el Mochuelo, protagonista de ‘El camino’, novela paradigmática en la ruptura del hombre con su entorno. En esta obra temprana, el castellano de los personajes se pronuncia como antídoto contra el olvido que impone la vida urbana. Los nombres de las cosas, de los animales y de las plantas quieren permanecer en el mundo, piensa Daniel/Delibes, y reclaman su uso para no perecer en la uniformidad. Decir el nombre de las cosas, no limitar el lenguaje a lo artificial; integrarse en la naturaleza sin avidez. Esa es la receta de Delibes: la virtud de quien prefiere conservar la palabra exacta frente a tantas realidades desiguales que se dicen hoy de la misma forma.

¿Cumpliría hoy el escritor con las exigencias que la sociedad impone a cualquier personaje público? No parece. Miguel Delibes fue un católico sin exageraciones, contrario, eso sí, al aborto; amante de la naturaleza pero también, ay, cazador. Nada de pose ‘malasañera’, ni vida desordenada. Su compromiso fue con los más desfavorecidos desde la compasión, nunca desde el dogma. ¿Podría ser esto asumido por ‘las redes’ que buscan siempre ese descafeinado añadido rebelde para que un autor quepa en el molde?

A Delibes le importa la tierra castellana, que no ha sabido proporcionar a sus habitantes un hogar amable (‘Las ratas’), pero sí una impronta poderosa, definitiva. Hay nostalgia del paisaje áspero. Pero la tierra no es el simple escenario; también forja el carácter del personal.

Hay en Delibes, en su obra y en su biografía, algo que se retiene a este lado de la felicidad. Frente a las promesas del progreso permanente, el nuevo consenso social no penetra la vida en la dimensión más íntima que propone el vallisoletano. Esa fidelidad hacia lo que la cursilería reinante ha bautizado como “los de abajo” no se proyecta en una abstracción más o menos próxima a la realidad, sino en la composición de historias hondas y bellas.

La ficción hoy está proscrita y el consumidor prefiere la proliferación de datos, vídeos y réplicas; breves textos con los que colmar las redes sociales de munición partidista. Habiendo tertulias y tuiteros, los relatos se relegan como lujos innecesarios, inútiles para el arreglo del mundo. ¿Pero qué puede ofrecer la literatura en los tiempos de la conexión? Quizás, irónicamente, un encuentro mucho más cercano con aquello que importa. Lo que se cuenta en la distancia corta, el disparo del señorito al ave de Azarías y su posterior ahorcamiento en ‘Los santos inocentes’, dice más de la vida en su manifestación brutal que docenas de informativos tratando a diario el tema de la “España vaciada”.

Tolerancia
Como Jiménez Lozano, la religiosidad de Delibes estuvo muy alejada de la dogmática cerril. Su última obra, ‘El hereje’, tiende la mano al distinto, lo reivindica frente al poderoso. El suyo es un cristianismo entendido como pleno humanismo. En referencia a Jiménez Lozano, el poeta Jon Juaristi decía compartir su “escueta concepción pascaliana de Dios y de la fe”. Lo mismo podría atribuirse a Delibes. Dios, como cualquier otro concepto, cualquier otra idea -y más si hablamos de la divinidad bíblica- surge de lo pequeño y abandonado; de la tristeza y la derrota. El boato del ceremonial languidece frente al rostro que sufre.

Así, no tuvo reparos en compartir también Delibes su dolor por la pérdida. En concreto, la de su esposa, muy joven, Ángeles de Castro, a quien homenajearía en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’. Ese no querer recuperar del todo el ánimo; el atarse al sufrimiento más inconsolable en la época del optimismo lo sitúa en ese espacio de sabia privacidad de quien no se deja arrastrar por la moda. Como el viejo Cayo que relató Delibes, al que su época quiso convencer sin conseguirlo.

* Artículo publicado el 16 de Marzo de 2020 en El Diario Montañés

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