miércoles, marzo 25, 2020

Escalofríos*



Quién iba a pensar, hace tan sólo un par de meses, que la historia pudiese dar de pronto un giro tan acusado, tan terrible, para devolvernos a los tiempos del miedo y del uniforme. Las cosas, desde luego, no han cambiado de la noche a la mañana. La despreocupación y la distancia terminaron mucho antes.

El mundo parece recorrer hoy un camino seguro hacia la autoridad, superando por fin esa angustia de siglos por la pérdida de la fe. Una vez despojado de los templos y las vacilantes tentativas ciudadanas, el personal vaga en formación de grey por los caminos que traza la actualidad. Han sido tan numerosas las advertencias mediáticas y oficiales sobre el cambio climático o el feminismo urgente (o sobre los desahucios y la pobreza energética) que ahora resulta fácil adaptarse a un protocolo de movilización total.

La orden ya no es coger las armas y lanzarse a la trinchera, sino permanecer en casa y lavarse las manos. Un comportamiento, en definitiva, poco exigente. Curiosamente, el Covid-19 irrumpe en una época receptiva para soluciones que despierten en el contribuyente la ilusión del colectivo.

No olviden, sin embargo, que la conversión del planeta en una aldea global se traduce en la pérdida definitiva de la libertad política como fundamento del tinglado. No deja de ser irónico que este coronavirus nos llegara de China cuando, precisamente, hacia China vamos. ¿Quién podría ni siquiera toserle (nunca mejor dicho) a Xi Jinping? En fin, no pasa nada. Sus votos, señor, señora, ya no importan. Relájense en su agravado anonimato. Disfruten del mando nuevo del experto y del dato, aunque se contradigan, no me sean ustedes cafres. Y no salgan. Mucha suerte.

* Columna publicada el 18 de Marzo de 2020 en El Diario Montañés

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