martes, diciembre 23, 2008

Nieve

- Está dormida.

La madre entró primero. Le seguía el padre. Miraron a la pareja. Luisa, con el camisón del hospital, sentada sobre el regazo de Pedro. Él la balanceaba suavemente.

- Está dormida- repitió.

Los padres se acercaron y echaron un ojo. Dos enfermeras habían entrado discretamente tras ellos y observaban las máquinas. Una le susurró algo a la otra, que salió de la habitación.

- Será mejor que no la despertéis.

La madre le tocó el brazo a su hija. Un mechón de pelo negro le ocultaba el rostro.

- Pedro…

- Vas a despertarla.

Un médico estaba quieto en el umbral de la puerta. Tocó al padre para que lo dejase entrar. El padre se apartó y dejó hueco. El doctor consultó el monitor. Miró a la pareja. Luisa seguía acurrucada, hecha un ovillo contra el pecho de Pedro. Carraspeó. La madre de Luisa se volvió a mirarlo. Pedro acercó su mejilla a la de Luisa. El médico bajó la cabeza. Las dos enfermeras y un celador se colocaron frente a Pedro. No opuso resistencia cuando le tocaron las manos para apartárselas.


*

Pedro llamó a la puerta del taller. El padre de Luisa no había hablado mucho desde la muerte de su hija. Llevaba puesto el mono de trabajo y arreglaba una silla. El invierno había llegado con la nieve y, al abrir la puerta, Pedro trajo consigo un suspiro de viento helado.

- Pasa, no te quedes ahí.

El taller estaba desordenado. Las herramientas poblaban el suelo sucio y, sobre la mesa, junto a la silla, descansaban botellas vacías y bocadillos a medio comer.

- Me hizo llamar.

El padre de Luisa no contestó enseguida. Mantuvo su concentración en la silla durante unos segundos. Luego miró a Pedro como si no comprendiese. Se secó el sudor y señaló al armario que estaba justo tras él.

- Ahí hay algo para ti.

Pedro se dirigió al armario y lo abrió. El padre de Luisa no había vuelto al trabajo. Esperaba a que Pedro lo tuviera en las manos.

- ¿Esto?

- Eso es.

Pedro llevaba un cuaderno naranja en la mano. Un simple cuaderno de anillas con menos hojas de las que debería tener.

- ¿Qué es?

El padre de Luisa chasqueó la lengua.

- ¿Dices que querías a mi hija, y no sabes qué es?

Pedro se encogió de hombros.

El padre meneó la cabeza y luego volvió a mirar a Pedro, que había abierto el cuaderno.

- Poco antes de que llegaras al pueblo, me pidió que te diera esto si… Bueno, ya sabes.

Pedro asintió.

- Gracias.

- No hay de que.

Los dos hombres se quedaron unos instantes en silencio. Apenas si se oían ruidos del exterior del taller. La gente se había quedado en casa por la nieve. Estaba anocheciendo.

- Creo que me iré ya- dijo Pedro, por fin.

- Claro. No tienes que irte a la pensión. Puedes dormir en casa, si quieres.

- No, tengo todas mis cosas allí. Además, mi autobús sale mañana temprano.

- Como quieras.

Pedro estrechó la mano del padre de Luisa y se dirigió a la salida.

- Creo que no le hiciste bien a mi hija.

Pedro se detuvo y giró la cabeza. El padre de Luisa se había apartado de la mesa de trabajo y lo miraba fijamente.

- ¿No me has oído?

Pedro soltó el picaporte que ya tenía en la mano y se dio la vuelta.

- Lo he oído, señor.

- Parece mentira que tuvieses la desfachatez de venir aquí, después de todo.

El padre de Luisa avanzó hacia él. Pedro lo esperó, dispuesto a dejarse pegar un par de puñetazos antes de responder. Pero el anciano se paró a dos metros de él.

- Era mi única hija, pedazo de mierda.

Pedro asintió.

- Hubiera dado todo por ti. Y, en cierta medida, lo hizo. ¡Dios!

Pedro notaba cómo iba subiéndole el calor a la cara.

- No eres más que un muerto de hambre. Con todo eso del cine, te creerás muy importante, ¿no es cierto? Un artista. Querías un trofeo, ¿verdad? Una muesca más. Y si había sufrimiento, mejor que mejor.

- No es eso, señor…

- Calla la puta boca.

El viejo dio un par de vueltas por el taller. Pedro pensó que buscaba algo para arrojarle. Se estremeció.

- Tú no tienes ni idea, chaval. Dices que la amabas. Que hubieras dado tu vida por ella. No me jodas, hombre. ¿Crees que me tragué tu última escena en el hospital? Llegaste dos días antes, por el amor de Dios. Pero ¿quién estuvo los dos meses anteriores?

Pedro no daba crédito.

- Vine en cuanto me enteré.

- ¡Y una leche! ¿En cuanto te enteraste de qué? ¿De que estaba enferma? Eso ya lo sabías. Después de lo del bebé y…

Se calló a tiempo. Pedro le había mirado enfurecido.

- Ya basta.

- Pedro, yo…No quise…

- Déjelo. Gracias por el cuaderno.

Pedro salió del taller. El tiempo había empeorado. Lo que antes era una leve brisa, se había convertido en un vendaval. Tardó casi media hora en recorrer una distancia de doscientos metros. Llevaba el cuaderno bajo el brazo, tratando de evitar que se lo mojase. Llegó tiritando a la pensión.
La señora Mínguez, la dueña de la pensión, le preparó un chocolate caliente y le sentó en una mesa junto a la chimenea. Pedro abrió el cuaderno. Junto a la mesa, un hombre de mediana edad que leía el periódico, se había puesto a observarlo. Pedro sabía que el diálogo era inevitable.

- Disculpe, señor. Usted debe de ser Pedro Arce, el famoso director de cine.

- Sí, así es.

- Coño, ¿qué le trae por estos lares?

- He venido a ver a mi mujer.

- No le ha ido muy bien, por lo que veo.

- ¿Cómo dice?

- No, como le veo aquí solo…

- No, no me ha ido nada bien.

- Vaya, pues lo siento. ¿Le apetece una copa? Tengo una botellita de orujo en mi habitación. Si gusta… Por cierto, me llamo Ramón.

- Encantado. Venga, vamos a tomar un poco de ese orujo.

La habitación de Ramón estaba llena de pilas de periódicos viejos. Pedro recorrió con la mirada cada hueco. Era un lugar sórdido.

Ramón cogió dos tazas y las puso encima de una de las pilas. Acercó dos sillas. Abrió la botella.

- Dígame vale cuando lo vea.

- Vale.

Pedro y Ramón tomaron su orujo en estricto silencio. El alcohol le calentó mucho más que el chocolate. Sintió cómo le bajaba por el esófago.

- Bueno, ¿verdad?

- Ya lo creo.

Ramón miró detenidamente a Pedro.

- Le noto preocupado, amigo. ¿Quiere contarme algo?

Pedro se sirvió un poco más de orujo y negó con la cabeza.

- Mal de amores ¿eh?

- Eso es.

- Bah, no se apure. Las mujeres son complicadas; y no se mueven en las mismas coordenadas que nosotros. Recapacitará, ya lo verá.

Pedro rodeó la taza con las manos.


*


El conductor del autobús abrió los maleteros a ambos lados del vehículo.

- Para Madrid, a la derecha. Para Valencia, a la izquierda.

Pedro dejó su equipaje y se echó la mano al bolsillo de atrás del pantalón para sacar el billete. El conductor le miró y sonrió.

Pedro se acomodó en su asiento. Le había tocado ventanilla. Unos niños jugaban junto al autobús. Les hizo una mueca, pero ellos no se dieron cuenta.

- En marcha- dijo el conductor.

El autobús iba casi vacío.

- En marcha- repitió Pedro.

El cuaderno bailó sobre sus rodillas con la primera curva.

8 comentarios:

Luna Miguel dijo...

Muchas gracias.





Me ha gustado mucho el texto.




Te leo A.

Anónimo dijo...

ojo 'echa un ovillo contra el pecho de Pedro' menudo castrador de pollos

Pablo Sánchez dijo...

Agradecido quedo, pollo

Luna Miguel dijo...

eh?

Luna Miguel dijo...

Que bien. A ver si lo veo.

Muchas gracias.


Un beso!

momo dijo...

no soy yo , yo estaba de gira en tu tierra. pero si acabaré yendo alos campamentos a hacer teatro con los niños.

Anónimo dijo...

Escríbete algo, o qué.

Anónimo dijo...

a ver cuándo desemplumamos la pluma camus, que llevamos dos meses a pan y agua!