viernes, enero 15, 2010

El Juego*


Su vientre liso nos advierte de que su decisión, su amenaza, no era hablar por hablar ¡Qué joven! ¿Cuántos? ¿Diecinueve? Entonces me parecía mayor, joder. ¿A qué ha venido? Le dejé muy claro que no volviera. Le ofrecí pagarlo (por caballerosidad, no por otra cosa); creo que me porté bien, dentro de lo que cabe. Además, yo no tenía ningún deber para con ella. Podría haberla echado a patadas del local. Pero, ¿qué hice? En un conato de debilidad impropio de mí, le dije que siguiera adelante: que yo me ocuparía de él (o de ella, que nunca he tenido reparos), que estuviese tranquila. Pero era una niña. Quería seguir en el juego. Nunca he visto a nadie beber tanto, bailar tanto, meterse tanto… Y ahora vuelve con ese gesto como de querer ajustar cuentas. Pero, ¿cuentas de qué, cojones?

* Inspirado en la fotografía titulada “Miradas que matan”, de Rafael Féliz Puigrós.

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