lunes, julio 05, 2010

Paz

De nuevo, y sé perfectamente que no por última vez, voy a hablar de mí. Y es que, como buen tímido, soy también un exhibicionista y gusto (tal vez necesito) de la dosis cotidiana de autobombo o de justificación para mis actitudes e inclinaciones. Yo soy así (este “yo” no va a ser el último del texto).

Cuando tenía quince o dieciséis años y era un maniqueo de libro y frecuente ladrador contra lo que se me aparecía como el colmo de la imposición ideológica (las clases de Religión en mi cómodo y no poco siniestro colegio concertado), e incluso batallaba sin descanso a favor de la izquierda (perdón, quise decir LA IZQUIERDA), con la eterna pregunta en los labios cuando me hablaban de un escritor o intelectual cualquiera: “Sí, pero, ¿es de izquierdas?”, encontré en la biblioteca familiar un ejemplar de “El ogro filantrópico”, de Octavio Paz. Lo pregunté, no se crean: “Pero, vamos a ver, ¿es de izquierdas?”.

La respuesta (“No exactamente, pero es un intelectual muy fino”) me animó a leerlo. Una lectura fundamental en mi vida. La he recordado recientemente y he rescatado de nuevo el libro de la estantería. Ya no me resulta tan luminoso como antes, porque Paz (al menos el Paz de 1978, año de la publicación del libro) me parece ahora más superficial y con un excesivo celo por no presentarse como un reaccionario; pero puedo decir que su formulación central ha sido la que, a partir de su lectura, ha nutrido mis opiniones sobre política. A saber, Paz se centra en los siguientes puntos:

1) Crítica del Estado como organismo con evidentes (y casi ineludibles) tendencias burocráticas.
2) Crítica del “Socialismo Real”, de la URSS y de los demás países de su órbita, así como de las dictaduras que se habían impuesto en su época en diferentes países bajo la bandera del marxismo-leninismo.
3) Crítica a intelectuales complacientes con la URSS que negaron hasta que no les quedó más remedio la existencia de Campos de Concentración.
4) Defensa de la sociedad pluralista y democrática frente a las tendencias totalizantes.
5) Defensa de la libertad política como condición imprescindible para una sociedad justa.

Aceptando el hecho de que sus críticas a los sistemas totalitarios del “Bloque del Este” respondían a una necesidad coyuntural, creo que pueden sacarse conclusiones generales para nuestros días. Sobre todo, el desprecio hacia la “libertades formales” que muchos acompañan con una invocación del Estado como plausible corregidor de desmanes económicos y políticos. En definitiva, la perdida de “fuelle” de la idea del Estado de derecho frente al Estado político fuertemente armado e intervencionista.

Me he excedido en explicar algo que no quería, pues pretendía que mi texto fuera más lírico en la evocación de mis años mozos, más personal acaso; no tan apegado a los datos de un libro que en mi vida ha sido algo más que eso (“Pablo, ¿un punto de inflexión?” Aborrezco esa frase). Tal vez yo siempre haya querido ser Octavio Paz. Un provocador ideológico, un erudito viajero y conocedor de mil tradiciones; capaz de soltar citas y referencias sin que se me desmelenara el tupé. No sé si voy camino de serlo. Posiblemente, no. Ni siquiera sé si es lo que quiero (o lo que puedo). Pero durante una época, al menos, me sirvió para liberarme de ataduras y prejuicios e inspiró en mí un gusto por situarme a la contra en cualquier circunstancia o discusión. Echaba de menos ese tiempo, más de ilusión de que análisis, debo admitirlo, y por ello he revisado la excelente (aunque excesivamente larga y quizás algo rimbombante) entrevista de Soler Serrano al Premio Nóbel. Nunca había escuchado la voz de Octavio Paz antes de ver este documento. Me sorprendió el amaneramiento del poeta (yo lo esperaba áspero como un Fernán Gómez o un Umbral), pero disfruté del Paz de la época de “El ogro filantrópico”, en plenas facultades.

Lo he visto como quien rescata un juguete de un cajón: feliz por el hallazgo, por reconocer aún lo que me maravilló de él, pero ya incapaz de aceptarlo como referencia vital absoluta. Ni siquiera busco algo parecido a eso. Acaso, tomar algo de su aparente quietud y equilibro y guardármelo.

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