jueves, julio 22, 2010

Ni Siquiera La Lluvia


Estaba el cielo como para esperar a Barbara Hershey tras cualquier esquina. Estaba el cielo ochentero y neoyorquino. Faltaba (¿o no?) Michael Caine, envuelto en una gabardina rancia. Miré por la ventana y me di cuenta de la mutación paisajística. Siempre he pensado que para cada época existe una luz que le es propia, como lo es cada generación que la habita. Es una sospecha sin fundamento, pero que dota de razón al pasado. Lo justifica. Para mí es suficiente. Vuelvo sobre ello de vez en cuando. La cuestión fundamental es si podemos identificar el presente con alguna promesa del pasado, vista o percibida incluso de soslayo en algún acontecimiento puntual, en alguna persona a la que se ve o en algo que se piensa. No hay lugar para intuiciones de ese tipo. Ahora es mejor así, un peso que se nos quita de encima. Hoy los coches pueden avanzar sobre los charcos, mientras las madres dan la merienda a los niños. Y cada acto muere en sí mismo. “Siempre ha sido así, hombre”. Que sí, que ya lo sé.

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