martes, septiembre 02, 2014

La sangre





Los aficionados al cine saben perfectamente que, frente a la cámara, el mayor error del intérprete es la sobreactuación. Nada resulta más nocivo para una película que la visión de un grupo de actores exagerados, envueltos en su drama hasta el paroxismo. Cualquier papel apetitoso, cualquier perla artística, se indigesta en la piel del insensible. Es algo bien conocido y no vale la pena insistir en ello. 

Eso sí, este mal no limita su campo de acción al celuloide. Hay intérpretes de otro tipo, acaso sin tanto glamour, pero igualmente malignos para el devenir del género humano. Me refiero, por supuesto, a esos creyentes del llamado Estado Islámico, que, de la lectura del Corán, concluyen una llamada a la decapitación. Ojo, que no me engaño. Reconozco haber leído una versión española un tanto seca del libro sagrado del Islam (¿quizás la de Cortés?), que no respeta la musicalidad y poesía de la recitación árabe. Pero, ni siquiera en mis noches más oscuras, he podido hallar algo que pueda aproximarse a una justificación de las violaciones, masacres y genocidios perpetrados por los nuevos ‘fieles’ iraquíes y sirios. El Corán no es, desde luego, un texto 'New Age', que susurra palabras de amor a sus lectores. Al contrario. Las amenazas y exigencias son constantes en sus páginas. El paraíso y el infierno aparecen como realidades sensibles, durísimas. Dios no es un padre amoroso, sino un amo inquisitivo y justiciero, que recuerda al Yahvé de la Biblia judía, más que a ese amor incondicional que puebla las páginas del Nuevo Testamento. Por ese motivo, la querencia de los sufíes por la unión mística con la divinidad, la vocación del murciano Ibn Arabi o el persa Rumi, pueden ser exageraciones, delirios, sí, pero no hasta ese extremo.

No es, en definitiva, un Dios voraz que se deleite ante la visión de la sangre derramada de dos periodistas, de la crucifixión de los no creyentes. Y de los niños. 

Esto lo digo yo, que no soy nadie: un tipo español, que, igualmente, considera que no cabía justificación para la condena a Salman Rushdie, para el 11 S o el 11 M… Para las lapidaciones de mujeres o el ahorcamiento de homosexuales en grúas. Corresponde a los musulmanes de bien la crítica, la lucha contra el fanatismo, contra el terror. Es su responsabilidad recuperar el Islam como ética, rescatarlo del fango donde los terroristas lo arrojan a diario, ignorando su mensaje, que no pide sangre.        

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