viernes, diciembre 28, 2018

El honor de Príamo*



Salvo el miedo, nada parece haberse conservado de la otrora brava civilización occidental. El miedo es un rasgo evolutivo que impide, entre otras cosas, la atracción del ‘balconing’ o las negligencias incorregibles. Los temores, sin embargo, parecen multiplicarse en la era digital, acaso provocados por la presencia cotidiana, constante, incansable, de los otros.

Que ya nadie hable de la libertad en los discursos públicos, ni se reivindique la autonomía individual en la relación con los poderes, anuncia una nueva era de colectivismo a la que ya sólo queda elegirle color. Las palabras pesan cada vez más, el matiz se deshace antes de ser dicho para no chocar con el muro de las militancias. ¿Miedo? Claro, mucho.

El asesinato de Laura Luelmo, por ejemplo, ha despertado, junto a la justa ira de las personas de bien, una querencia por el espectáculo más necrófilo: a Luelmo un miserable le arrebató la vida, pero otros se apropian hoy de esta trágica historia con fines propagandísticos. La pérdida de la identidad, la expropiación de los nombres propios, privados, convertidos en munición, es un preludio de la voladura total de la convivencia.

Ante eso, poco puede hacer ya nadie para salvaguardar la escasa legitimidad de las instituciones. Pervertidos por la corrupción y la mediocridad de los partidos políticos, los fundamentos democráticos languidecen; los esfuerzos por reivindicar la presunción de inocencia, la libertad de expresión y la posibilidad de disentir de los mantras dominantes son en vano ante los abanderados de la “transformación social”.

La proliferación de portavoces políticos autoproclamados -los nuevos catequistas de las redes-, guardianes del mensaje supuestamente más puro, siembra el terreno público de eslóganes y campañas que dirigen el foco en un sentido o en otro. Hay cosas que pueden decirse; elementos identitarios o sexuales que vale la pena destacar. En definitiva, fobias bien vistas en este nuevo siglo que prometía terminar con todas ellas. Ojalá pronto la familia de Laura Luelmo pueda recoger su nombre como Príamo recogió el cadáver de Héctor, arrastrado públicamente por su verdugo, Aquiles, exhibido como un trofeo o una advertencia. Y puedan ellos, por fin, llorarla.

* Columna publicada el 26 de Diciembre de 2018 en El Diario Montañés

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