lunes, agosto 05, 2019

La cima*



Como ya hemos perdido todos los asideros y las herramientas que permiten medir moralmente el mundo, ahora nos encontramos arrojados a la intemperie, en una época la mar de interesante. Fíjense en el personal que casi todos los días se desayuna con noticias de progreso a tutiplén -la invención de una prótesis ligera, el último teléfono inteligente-, al tiempo que se advierte sobre inminentes apocalipsis totalitarios y climáticos. Parece que caminamos hoy por una fina línea desde la que podríamos precipitarnos bien en plena era mesiánica, bien en la definitiva catástrofe. Está la cosa en un ay.

Son tantos los mensajes rotundos, que a uno le cuesta mantenerse optimista de cara a un futuro que presumen deshumanizado y tóxico. ¿Cómo apreciar el presente en sus justos términos, como un punto en la historia, precisamente ahora que han congelado el tiempo? ¿Cómo rescatar los libros mejores, las enseñanzas de un pasado que, al fin y al cabo, fue racista, esclavista y patriarcal?

La indiferencia hacia los orígenes impide un análisis sensato del presente. Así las cosas, somos incapaces de identificar lo bueno y lo bello; lo excelente enfrentado a lo vulgar. Pienso, por ejemplo, en las más recientes citas tenísticas, donde Novak Djokovic, Roger Federer y Rafael Nadal han mantenido su dominio frente a las nuevas hornadas de jugadores que no saben cómo relevarlos pese a su hambre y juventud.

Nos empeñamos en explicar las cosas como si todo fuese natural, perfectamente razonable. Pero, en realidad, lo del tenis y su triunvirato treintañero escapa a toda previsión. Técnica, afinamiento físico y voluntad se han alineado, de algún modo, contra los límites del deporte; contra el muro que otros campeones -en otros tiempos- no pudieron derribar. Quizás, todo responda a un enunciado muy simple: han llegado a la cima. Es decir, que aquí se acaba la presente historia. Ya no se puede elevar más el nivel, correr más rápido, golpear a la bola con más clase.

La confusión, sazonada con las urgencias mediáticas, infecta todos los órdenes de la vida. Un trabajador no cualificado vive más y mejor que Alejandro Magno y, sin embargo, la precariedad y la ausencia de causas se combaten con llamadas al entusiasmo. Resulta impensable extraer de esto una posibilidad para la cohesión y para que el conocimiento empape las mentes de todo el mundo.

En este momento, claro, no podemos precisar si las hazañas tenísticas son insuperables; como tampoco sabemos, por ejemplo, si las críticas al turismo de masas están justificadas. Parece mentira, dicen, que el viaje haya evolucionado desde Aníbal y sus elefantes hasta el ‘balconing’; desde Marco Polo hasta su hoy abarrotada Venecia. Es posible que el progreso no sea más que el desencantamiento de la actividad humana, con el que se proscribe cualquier experiencia más allá de la simple acumulación. Como si cima y engaño no pudieran distinguirse al margen de la maldita actualidad.

* Columna publicada el 24 de Julio de 2019 en El Diario Montañés

No hay comentarios: