sábado, noviembre 26, 2005

Tarde

Si el psicoanálisis va a quitarme todo adorno, vestido embellecimiento, perfume y rasgo distintivo, ¿qué me quedará?


I

- Me hubiera gustado conocer a Anaïs Nin, una noche cualquiera, en algún local de Paris, mientras la burguesía duerme. Por ejemplo, que Otto Rank me hubiera dicho: “Eh chico, mira, ésta es otra de mis alumnas, se llama Anaïs, creo que os llevareis bien”. Y más tarde beber café y licores y caminar la oscuridad bohemia como corresponde a los seres libres. Y que ella me diga: “Mañana me voy a América, ya te escribiré si tengo tiempo”. Y quedarme solo y recordar qué felices hemos sido.


II

- Dónde te escondes Anaïs? Sabes que te busco en cada página, en cada manto de la noche. Un sabor a nada me dice que sucumbiste como todos los otros; que como todos los otros, ahora descansas bajo alguna higuera. No puedo creerles Anaïs, y confío en encontrarte tras alguna esquina europea; viajar a tu lado y que mi cobardía te divierta y me digas: “Vamos, la fiesta debe continuar” y me empujes por entre los fantasmas de otra generación. Lamento no encontrar sino abandono, cafés vacíos, escobas de madrugada. Mira que si vuelves, Anaïs, iré a dibujarte, compañera, bajo el sol de algún domingo en Louveciennes.

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