domingo, noviembre 19, 2006

Síntesis


- Como los ungüentos no han curado y sigo con los ojos apretados para paliar el hambre y el frío, me tapo la cara con la manta. No ha tardado el invierno en llegar para quedarse, de romper el cristal del verano con un cierto tacto de merodeador. El sueño de noviembre no es como el de junio. Yo suelo pensar en osos cuando voy a dormirme, en hogueras, en cuevas de cobijo. Hoy no. Quizás el jarabe o los analgésicos fueron más astutos que mi mente e impusieron su dominio. Alguien oculto, en plan oyente me exige un poema de Gil de Biedma. Yo no sé por donde tirar, no acierto a dar con los versos, me agobio en rescatar del olvido versos reconocibles. Encuentro un poema. Y empiezo: “Definitivamente/ parece confirmarse que este invierno/ que viene, será duro”. El inicio, prometedor de cuento en la nieve, de oportuna razón para quejarse. Y sigo, en innecesarios e inventados versos para dar cuerpo al poema. Y, finalmente, concluyo: “como dicen que mueren los que han amado mucho”. Y se cierra, así, la obra, sin atender al hecho de que he mezclado dos poemas de Jaime: “Noche triste de octubre, 1959” y “Pandémica y Celeste”. Curioso que saque en claro en un sueño, versos perfectamente declamados, justamente recordados también y sin errores. Pero la noche del durmiente enfermo pasa lenta con un halo de convalecencia y mala disposición para el autocontrol. En las horas finales de la oscuridad, casi con las primeras luces del nuevo día, emerge como si nada, T.S Eliot del baúl del lector descuidado. Y se va repitiendo sin cesar la palabra del americano, el último verso de “Miércoles de ceniza”, como un mantra, sin cesar para la mejora: “Y llegue hasta Ti mi clamor”, “Y llegue hasta Ti mi clamor”…

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