sábado, noviembre 10, 2007

La Muerte De Un Escritor

- La tarde fría de otoño se extiende sin un suspiro, enlazando el sol con la niebla. El joven aspirante a escritor imita el peinado de su ídolo. Las enfermeras del cambio de turno entran riéndose sin ni siquiera mirarlo.
“La imposibilidad de la reencarnación de las almas no es obstáculo para algún tipo de trasvase creativo”, piensa mientras se frota las manos para calentarse.

Las horas pasan y nuestro joven (llamémoslo X) continúa inmerso en su obsesión: ¿podría la providencia escuchar ofertas?, ¿es tan difícil concertar soluciones de este tipo?... No, no es cruel. Digamos que es supervivencia. Algo así como la mano invisible interdimensional.

Los escasos reporteros que acompañan a X en su “vigilia” reciben llamadas cada vez más frecuentes. Hay rumores de confidentes dentro del hospital. El escritor habría fallecido pocas horas antes pero nadie quiere dar la noticia definitiva hasta que llegue la familia que vive fuera de Nueva York.

“Yo no sé si esto es serio o me voy a condenar…Creo en Dios y no me parece muy piadoso estar aquí, como un buitre de las letras”.

Pero es tarde. A las siete se da la noticia. Un portavoz del hospital aclara las causas: fallo renal. El sepelio tendrá lugar mañana a las cinco en punto de la tarde. Los restos mortales se quedarán hasta entonces en el tanatorio del hospital.

X lo tiene claro. Las dudas que lo consumían ahora parecen haberse disipado. Se va a una cafetería cercana y pide un batido de chocolate y una contundente cena a base de hamburguesa completa, patatas fritas y tortitas. A las diez sale de nuevo y se encamina al hospital.

La sala del tanatorio donde reposan los exhibidos restos del escritor está llena de gente. X reconoce a la viuda y a las dos hijas. Se sienta. Sabe lo que tiene que hacer. Aguarda unos minutos. Después, como conducido por una extraña fuerza, se acerca al ataúd y se inclina. El rostro del escritor presenta un inquietante gesto de paz. X cierra los ojos, toma aire y lo hace: planta un beso en la boca del muerto. De repente unos poderosos brazos lo agarran y lo llevan hasta la puerta. Lo lanzan fuera entre un mar de insultos. X se queda sobre el asfalto unos segundos, cerciorándose de que sus agresores ya no están. Se levanta y sacude su traje de la suciedad de la calle. Tiene un diente roto. No le importa. Acaba de tener una idea para una novela. Sonríe y se aleja calle arriba silbando…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

magia

Anónimo dijo...

el mejor relato que te he leído hasta la fecha. te dio ahí en lo blandito la muerte de norman mailer, ¿verdad?

Anónimo dijo...

Hola! Microrrelato digno de Cheever, con todos sus elementos: ironía, compunción, muy "casual" (en inglés)... .