lunes, octubre 13, 2014

Oficios





I

Mi drama es el de España: no ser lo suficientemente prosaico. Cuando me entran fiebres políticas y echo mano de los libros de historia, repaso las trayectorias de los antiguos padres de la patria con la rabia de quien no se lo explica. ¿Cómo pudieron gestionar tan mal su libertad? ¿Por qué ese interés en proponer un nuevo enfoque -ruso o alemán, francés o romano- en lugar de administrar el presente? El siglo XIX, Cánovas, la II República… España es un vuelo como el de Ícaro, un sermón o un programa máximo. Es una esperanza. No hay peor cosa. Lo tengo claro: frente al sueño de Onán, debemos reivindicar la carne del oficio. Por él respiramos. Y no por las promesas vanas de redención, que acechan tras los discursos y empapan de conflictos la realidad. La creación manual, la confianza de dominar una parte del mundo, de honrarlo. No es sencillo. A menudo, nos surgen ideas románticas, el descontento económico o la falta de horizontes. ¡La vocación! 

Como a España, a mí me gustaría volar más alto, explicarme mejor, elevarme en espíritu y comprender mi raíz. En definitiva, alcanzar el perdón. Pero, urge colocar el taller en primer plano, y olvidarse de los púlpitos. Elegir la minuciosa labor de un artesano que teje sus días ofreciéndose al otro, proporcionando utilidad. ¿Cabe mayor gloria? Y amordazar, de una vez, a los profetas.  

II

El diario The Washington Post se hace eco de las reacciones ante el contagio del enfermero de Dallas. “The health-care worker is a heroic person who helped provide care to Mr. Duncan”, dice un político local. “Persona heroica”. Hay mucho almíbar en el discurso yanki, cierto. Pero, no se engañen. En su aparente cotidianidad ingenua, encontramos lo fundamental en un estado que se pretende nación: la perspectiva. La normalidad democrática exige, sobre cualquier otra consideración, el compromiso, el trabajo en la búsqueda del funcionamiento de las cosas, la dirección y la responsabilidad. La confianza. Precisamente, porque se es estadounidense -francés, alemán, o británico- se quiere mejorar y que mejore el vecino. Construir espacios razonables en la sociedad. Si no, ¿para qué? En España, sin embargo, se cae en la desesperación, en la penitencia ante un pecado que parece imperdonable. “No tenemos arreglo”, dicen. Que no. Que no es eso. El país no es una bandera o un día nacional. Es la concentración en hacer las cosas. Y en elaborar un discurso crítico, sin duda, con la incompetencia. Pero, también, elogiar lo que somos, el lado bueno del relato. Teresa Romero es el lado bueno. Ninguna palabra en la prensa sobre su labor. Como tampoco la hubo para los misioneros fallecidos. “Persona heroica”. Y luego, si quieren, hablamos de política.

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