sábado, julio 18, 2015

Blanco*



El camino, como la ceguera de Saramago: un páramo blanco, interminable. La carretera desaparece bajo la nieve, el progreso se interrumpe. Madrid se aleja. El estallido del invierno da sentido a los kilómetros. Estamos aislados. O lo están ellos, depende de dónde situemos la acción que verdaderamente importa. Una espesa blancura nos separa de la capital del reino. Es, sin duda, una mala noticia. La carretera reúne y comunica, establece vínculos y promete negocios. ¿Cómo despreciarla? Y, sin embargo, resulta imposible no honrar la distancia, no acurrucarse en la costa. Madrid es hoy una gestión y una protesta. La ciudad acoge al forastero, cierto, pero se engalana para la revolución. Y para su condena.

Hay que protegerse. Ésa fue la razón del siglo XVIII: elevar al hombre, defenderlo de la discrecionalidad del poder. No resulta fácil. Las castas que se disputan la hegemonía española se baten en Madrid por ganar los corazones y por llenar las calles. Poco queda ya del discurso y del programa. Es complicado destilar lo positivo de la marea acusatoria. España adopta el mensaje de la ilusión y de la rabia. Hay pocas actitudes más peligrosas en política. La ilusión se desplaza por la península, acomete a las provincias con voluntad de gobierno. La rabia se empodera. El espacio se reduce.

Pero, uno tiene la impresión de asistir siempre a la misma batalla, con los mismos soldados inflexibles. La discusión empequeñece la vida en sociedad, la resume en trincheras. Protagonistas no faltan: Bárcenas, Tania Sánchez, Monedero, Esperanza Aguirre, Susana Díaz… El verdadero desafío consiste en asumir que el país es un duelo de partidos que se presentan como portadores de soluciones únicas. En definitiva, el peligro de la secta, de la exclusión. Madrid, fiel a su tradición, impone hoy un argumentario de enfrentamiento.

Sin embargo, es posible que seamos injustos en la crítica y que, en realidad, Madrid no sea más culpable, por ejemplo, que Cantabria. Y que a un lado y a otro de esta blancura feroz no exista nada más que la misma España de siempre, empeñada en construir guerras para no solucionarse.

*Columna publicada el 12 de febrero de 2015 en El Diario Montañés.

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