sábado, julio 18, 2015

Pirámides*



La política consiste en ocupar espacios, en extender la presencia del poder, su grandeza. No siempre se ha entendido bien esta superación de la utilidad, el endiosamiento casi consustancial a quien ejerce temporalmente la gestión del dinero. Los antiguos egipcios, por ejemplo, erigían pirámides alrededor del sarcófago regio, para demostrar algo más que el sobrecogimiento ante el cadáver. Era toda una declaración de intenciones: la esclavitud como quintaesencia del dominio imperial. En nuestros días, lo prosaico de la administración debería exigir mayor cuidado por lo que es de todos. Lamentablemente, la democracia europea está lejos de encarnar ese vergel de ciudadanos responsables que eligen representantes serios y honrados.

La pasada semana, se inauguró en Fráncfort la nueva sede del Banco Central Europeo (BCE), tras doce años de obras. Se trata de un edificio monumental, de 185 metros de altura, para cuyo diseño el arquitecto Frank Stepper, reconocido culé, afirmó haberse inspirado en el juego de Leo Messi. Los trabajos han costado 1.300 millones de euros, casi un 50% más de lo previsto. Pese a su imponente presencia, la construcción es, sin embargo, demasiado pequeña para albergar a todos los trabajadores, por lo que un buen número de funcionarios seguirá instalado en oficinas de alquiler. Una mole, en definitiva, insuficiente. 
  
Su puesta de largo recibió una violenta respuesta. La ciudad alemana fue tomada por grupos de manifestantes que protestaron contra el dispendio. Las calles se llenaron de antidisturbios y gases lacrimógenos. Al final, 350 detenidos y más de una treintena de heridos como colofón a una jornada festiva que a Mario Draghi, presidente del BCE, se le atragantó.

Es sabido que al político el cuerpo le pide obras. Lo importante es que se vean, que impacten y sirvan de rúbrica para garantizar la próxima reelección. La desapasionada democracia contemporánea se alimenta del tedio, apagados ya los fuegos del caudillismo. Ese pueblo bombardeado televisivamente a la hora de la comida con cintas que se cortan y con primeras piedras; esa mirada resignada del espectador, como diciendo: “no tenéis remedio”, pero todavía sin la indignación... Ha tenido que arraigar la crisis para que el culto a la personalidad a través del hormigón y del cristal comience a ser objeto de críticas. Nunca es tarde, dicen, si la dicha es buena.

Frente a la fiebre del pródigo, la serenidad del gestor. Existe un ámbito más cercano al ideal, que se descubre cada vez que alguien acude a las urgencias de un hospital público o recibe tratamiento médico. El dinero que parece quemarles en las manos a nuestros políticos es el mismo que debería destinarse a conservar y a enriquecer lo necesario. Algo que no precisa de fastos, sino de vocación constante, de esfuerzo por proteger al ser humano de su fragilidad. Conviene recordarlo hoy, cuando a la aparente necesidad de erigir edificios majestuosos se le une la exigencia de austeridad a los de abajo.  

*Columna publicada el 26 de marzo de 2015 en El Diario Montañés. 

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