sábado, julio 18, 2015

La felicidad*



Manuela Carmena tomó el mando y prometió el tuteo. No es un asunto menor. Hay que andarse con ojo: prescindiendo del usted, emerge la complicidad, pero también el abuso. En todo caso, la flamante alcaldesa estrenó cargo, puso su próxima labor al servicio de los ciudadanos y exigió diálogo, nuevas prácticas, para resolver los problemas de la capital. La cabeza de lista de Ahora Madrid se dirigió a todos los partidos con palabras sensatas, constructivas y alejadas de cualquier tentación revanchista o sectaria. A estas alturas, escuchar frases despojadas de hiel en el foro político es una verdadera revolución, un “despertar del sueño dogmático”, que diría el viejo Kant. Ya sólo por eso, merece la pena el riesgo.

El riesgo, por supuesto, es la ilusión del personal. Y hubo mucha durante la investidura dentro y fuera del consistorio madrileño. La alcaldesa se enfrenta a una evidente contradicción entre su voluntad de modificar hábitos gestores, desde la transparencia y la colaboración, y el hecho de que el nacimiento de las plataformas ciudadanas, como la que lidera, se ha producido gracias a una extraordinaria agudización del enfrentamiento político en España. Dos han sido los ingredientes del cambio en el mapa electoral: primero, la indignación contra “la casta”. Después, y no menos importante, la promesa de felicidad, de realización personal gracias a la administración pública. El error, por supuesto, es mayúsculo.

Es muy posible que el asunto encuentre su explicación en la idiosincrasia española. En este país, nadie lo pone en duda, han mandado siempre los santos, los hombres (y las mujeres) “de gracia”; la excesiva buena prensa de la que ha gozado el mártir, para ser más precisos, ese héroe trágico que entrega su vida por los demás. El español busca reflejarse en las virtudes de otro y descargar frustraciones sobre las espaldas del líder. Existe un movimiento pendular entre el respeto amedrentado hacia el poder y el cinismo de quien desconfía de todos los tronos. Ambas actitudes son peligrosas porque convierten lo que debería ser un control serio y crítico sobre la labor de un determinado gobierno en un duelo de eslóganes, de trincheras.

La alcaldesa habló en el Ayuntamiento de Madrid con tono generoso. Hay que celebrarlo, sin duda. Otra cosa es la actitud de sus circunstanciales aplaudidores. En la calle, la feligresía vitoreaba a su ídolo y abucheaba a los representantes de la recién estrenada oposición. Muy lejos del discurso convergente de Carmena. Que después de tanta guerra civil, tanto Bárcenas y tanto ERE, existan españoles que aún crean en la naturaleza salvífica de la política es sorprendente. Eso sí, la felicidad que los votantes esperan alcanzar puede ser un obstáculo para ejercer la crítica necesaria a la gestión del gobierno municipal. Si cualquier queja -como la que, con razón, se ha dirigido contra los humoristas Soto y Zapata- va a considerarse una “treta de Aguirre”, vamos por el mal camino.  

*Columna publicada el 25 de junio de 2015 en EL DIARIO MONTAÑÉS.  

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