sábado, julio 18, 2015

El horror*



El fiscal jefe de Marsella, Brice Robin, parece un tipo listo y gris que cumple con su deber. Ese perfil alopécico y funcional lo hemos visto muchas veces, activo en las más diversas ramas del conocimiento. A Robin podemos imaginarlo abogado, dentista o ingeniero. Se trata del esfuerzo que da fruto, de la voz que todos escuchan durante las cenas en familia: “Haced lo que Brice os diga”. Es posible que nada de lo humano le sea ajeno y que sea capaz también de aflojarse la corbata y de emocionarse, encontrando en el arte la pasión que falta en las compilaciones legislativas. Sin duda, no es una víctima de la moda, pero le gusta ir bien vestido, por respeto a la institución que representa.

Pero, Brice Robin no está solo. También usted se levanta temprano e intenta hacer bien sus tareas. Sirve el desayuno a los niños, limpia la casa y acude a su puesto de trabajo. Cuando las cosas se tuercen, evita que su familia lidie con la tristeza y se traga los juramentos. “¿Todo va bien, cariño?”. “Sí, no te preocupes”. Así avanzan los países.

Por ese motivo, cuando el fiscal desveló el misterio que escondía la caja negra del Airbus 320 de Germanwings estrellado en Los Alpes, usted lo comprendió perfectamente. El relato de Robin iba dirigido a usted. No fue convenientemente adaptado por los medios. No hacía falta. Fue la concisión sin extravagancias, la verdad en paños menores. El fiscal no sobreactuó. Se limitó a explicar lo que había, a exponer el sinsentido. Habló como un asalariado y redujo la locura al dato.

El miedo emerge entre oficinistas que intercambian información. La normalidad de Robin y la del espectador convergieron en un episodio trágico: el del mal que invade lo cotidiano y amenaza con corromper el equilibrio de la responsabilidad. El avión que no se cae, sino que es derribado. La conexión europea, refinada y emprendedora, interrumpida por la decisión de alguien que ha perdido. Robin y usted concluyen su jornada laboral y se relajan un rato en el sofá antes de irse a dormir. El copiloto Andreas Lubitz pensó distinto. No sabemos en qué punto del vuelo decidió que continuar adelante era mucho peor que precipitarse contra la montaña. Robin tuvo que sacudirse todo su orden para ponerse a escuchar la dramática conversación de la cabina. Y se lo contó a usted, su semejante, sin la pretensión de incorporar argumentos científicos o antecedentes más o menos oportunos. En su discurso, no hubo exnovias, historiales médicos, o desprendimientos de retina. Todo eso vino más tarde. Con Brice Robin, sólo hubo tiempo para los gritos tras la puerta y un sonido de respiración serena en la cabina. El copiloto Andreas Lubitz, alemán de 28 años, escuchó las súplicas del comandante mientras veía la montaña hacerse cada vez más grande. Y respiró tranquilamente. Ese fue el hecho. El horror.

*Columna publicada el 9 de abril de 2015 en El Diario Montañés. 

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