jueves, julio 13, 2006

Don't Even Hear A Murmur Of A Prayer




- Ronnie Drew aparece de pronto en mi televisor cuando sintonizo la Tv5. Un concierto en el marco del Festival Intercéltico de Lorient. El viejo alma mater de The Dubliners con más de 70 años desgranando una tras otra bellas canciones populares o de autores irlandeses bajo el cielo francés. La voz tomada por años de cerveza y nicotina, como debe serlo la de un trovador en plena forma. No hay obligación en su escenario, sólo deber humilde que cumplir como miembro de una familia, de una tradición de músicos y poetas inconformistas. Las imágenes del recital se intercalan con pequeños extractos de entrevistas al viejo Drew: “No me gusta definirme, simplemente sigo haciendo lo que siempre he hecho”. Veo a Drew y pienso en Dylan. El irlandés es lo que el norteamericano, en ocasiones, quiere ser: un viejo Bluesman casi desconocido que pueda permitirse vivir de pequeños recitales en Greenwich Village. Pero es absurdo. Dylan sabe que toca Dear Landlord y también Like a Rolling Stone; que su condición de muchacho de los 60 le imposibilita para retirarse al campo como hizo en 1966, tras el accidente: la realidad no tardó en invadir su intimidad en forma de fans colgados con LSD. Dylan son muchos Dylans: el suave trovador del campo americano, el luchador por la igualdad racial, el furioso roquero que se ofrecía al insulto en Manchester… Dylan es el Superman de la industria musical contemporánea. Lo sabe bien. Aunque renuncie al uso de sus poderes, siempre habrá una niña que salvar, un monstruo que aniquilar. Un Time out of mind.

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