viernes, julio 28, 2006

Espantá

- La vida no da sorpresas excesivas y todo va, con naturalidad, según lo previsto. A menudo en las diversas actividades que realizamos tratamos de dotar a cada movimiento, a cada disciplina de las mayores excentricidades posibles con el objetivo de hacerlas nuestras, de no dejar demasiado lugar a la improvisación. Pasa con todo pero sobre todo con lo que llamamos “tradición”. Un ejemplo: cuando en la Fiesta de los toros un matador realiza un buen pase, la respuesta del público es la onomatopéyica expresión de júbilo: “ole”….Ole. Además todo el mundo la dice, desde Jerez a Bilbao, desde Barcelona (aunque les pese) a Medellín. Lo mismo pasa con la decepción: estar acostumbrados a los insultos más variopintos en los campos de fútbol, en la televisión, incluso en la calle no nos prepara para enfrentarnos a la castiza realidad de los cosos taurinos. Ayer, sin ir más lejos, asistí a una bronca espectacular contra un torero. Con sus almohadillas y todo. Mientras la plaza era un hervidero de silbidos y chillidos, gritos de “inútil”, “sinvergüenza”, “caradura”, “ladrón”, se imponían al caos gutural. ¿Se dan cuenta? ¿Dónde, en 2006, pueden escucharse adjetivos de esa envergadura, si no es en una plaza de toros? ¡Con la libertad de la que disponemos en esta sociedad donde ni siquiera blasfemar es delito! Por eso lo males son menos. Sólo nos importa encajar en cada una de las esferas a las que asistimos con la certeza de conocer bien sus pautas de comportamiento. Porque fácil es decir “hijo de puta”, pero ¿dónde el glamour? Que es, para muchos, de lo que se trata.

1 comentario:

Pablo Sánchez dijo...

- Hijo de puta, siempre hijo de puta..(es un concepto como mucho más global)