sábado, julio 15, 2006

Paladar

- Nos convencieron de la mayor resistencia del aparato en vuelos cortos, de las altas
posibilidades que teníamos de conseguirlo: llegar a casa o, por lo menos, ponernos a
salvo. Nuestros gestos de miedo traicionaban el espíritu general de determinación.
Nadie estaba seguro de lo que hacíamos. Petra, sin ir más lejos, murmuró algo sobre
esperar a la expedición de salvamento. Pero estaba claro que no había tal expedición.
Nos habrían dado por muertos muchos meses antes.


* * * * * * * * *

- La espera se hizo interminable. El lógico racionamiento de la comida había dejado de
ser civilizado y sólo unos pocos “administradores” acabaron por tener el derecho de
consumo. Nada para las mujeres ni para los niños. Era mejor así, me decía el Capitán
Geller, cuando los niños hubieran muerto podríamos ampliar el menú. Y me guiñaba el
ojo, el muy cabrón.

* * * * * * * * *

- Conocí a Judith mientras embarcábamos en el avión. Me había fijado en su aspecto un
poco descuidado apenas entró por la puerta. Nadie se percató de su presencia. Todos
chocaban contra ella y pocos se disculpaban. Judith bajaba la mirada avergonzada. En la
primera escala del viaje, en Atenas, decidí acercarme a ella con algún pretexto absurdo.
Pedirle la hora, un cigarro, algo así. La hora estaba bien así que, una vez me hubo
respondido, inicié una conversación aunque a mí esas cosas no se me dan bien. Era
judía, de nacionalidad holandesa y se dirigía a Israel para participar en una experiencia
Kibbutz. Como yo también iba a ir a un Kibbutz me sentí muy contento… Hoy, alguien
me vino con un trozo de carne. “Es de la chica esa de los harapos”. El silencio de la
materia.

* * * * * * * * *

- Un mes después de nuestro rescate, John Skoff, flamante Primer Ministro, nos
recibió en su Palacio e hizo una breve mención al espíritu de supervivencia del que
habíamos hecho gala en tan dura vicisitud. Animó a la juventud del país a tomarnos
como ejemplo…Hoy he llegado por fin a Israel. Todo me parece nuevo y siniestro a
la vez. Muchas chicas me recuerdan a Judith. Deben saber muy bien también…Es
algo muy raro, no puedo evitar recordar el sabor de Judith. Es algo que pienso
constantemente. ¿Seré un monstruo?, un alma corrompida. Pero ¿qué hay de malo?.
¿Acaso no…? Pero, ¿qué digo?, ¿estoy volviéndome loco?...He de escapar de ese
instinto que me persigue, que me atormenta No debo sucumbir y… Hoy he matado a
la primera joven.
Nunca me he sentido tan vivo. Si alguien no me detiene, volveré a hacerlo. ¿Me
oyen? Lo haré muchas veces.

1 comentario:

quantum dijo...

Un paseo por el lado oscuro. Que sea catártico.
Y si la materia fuera encarnación de la idea (Platón dixit)tampoco será tan terrible sobrevivir haciendo de ella alimento.